Desde que tengo memoria, el agua ha sido mi santuario. Un lugar donde el ruido del mundo exterior se desvanece y todo lo que queda es una sensación de paz y conexión. Cada vez que me sumerjo, siento como si el agua me envolviera en un abrazo cálido y reconfortante. En el agua, me siento en casa, como si fuera el lugar al que siempre pertenecí.
Mi relación con el agua comenzó súper temprano. A los seis meses, mi madre, reconociendo quizás una afinidad innata, me llevó a clases de natación. Aunque era un bebé y no recuerdo esos primeros chapoteos, siento que esos momentos sembraron en mí una semilla que germinaría con el tiempo.
Crecí con el mar como telón de fondo. De peque me pasaba horas en el barco, esperando con ansias a que mis padres regresaran de bucear. Cada vez que el barco se detenía y ellos desaparecían bajo la superficie, mi imaginación volaba. Me preguntaba: ¿Qué estarán viendo? ¿Qué secretos esconde el océano? Mi padre, al regresar, solía traerme pequeños tesoros del mar: conchas, mejillones, esqueletos de erizos. Eran como postales de un mundo que soñaba con explorar, y me prometí a mí misma que algún día, yo también descubriría esos secretos.
Los veranos en la Costa Brava eran el escenario perfecto para alimentar mi curiosidad. Sus aguas azul marino y esos fondos que parecen sacados de una postal eran un paraíso para una niña con una máscara de buceo y un corazón lleno de aventura. Me la pasaba bajo el agua, hipnotizada por los peces y las olas. Fue en uno de esos veranos, a los 11 años, cuando realicé mi primer curso de buceo. El Open Water fue una puerta a un nuevo universo que, hasta entonces, solo había imaginado.
Las inmersiones con mi padre se convirtieron en una tradición. Cada vez que descendíamos juntos, sentía una conexión especial, como si compartiéramos un secreto que solo nosotros conocíamos. Esos momentos eran mágicos, donde el mundo exterior desaparecía y solo estábamos él, yo y el azul. Las charlas post-inmersión, donde compartíamos nuestras experiencias y descubrimientos, se convirtieron en momentos que atesoro en mi corazón.
Con el tiempo, mi conexión con el agua fue a otro nivel. La natación sincronizada me enseñó la disciplina y la gracia de moverse en el agua, mientras que el rugby subacuático me presentó un desafío completamente nuevo. Pero siempre había algo más, una llamada que no podía ignorar. Esa necesidad de estar en el agua salada, de sentirme conectada.
Esa llamada se hizo más fuerte durante un viaje al Caribe. Las aguas cristalinas y la rica vida marina me atraparon por completo. Me sumergía cada vez más profundo, como si la mar me llamara. Sin embargo, al regresar a la ciudad, después de esa experiencia en el Caribe, sentí un vacío profundo. La rutina, el ruido, el asfalto… echaba de menos el mar, su libertad, su energía. Sentía que algo me faltaba.
En este punto yo no sabía todavía qué era la apnea, practicaba siempre o buceo o snorkel. Hasta que vi un vídeo de Guillaume Nery que todo cobró sentido. ¡Le puse nombre a la apnea! La apnea, ese hermoso baile entre el hombre y el mar, era lo que había estado buscando todo el tiempo. En ese momento, supe que había encontrado mi verdadera pasión (o por lo menos sabía cómo se llamaba). Me enganché al instante.
Desde ese momento, mi vida cambió. Me sumergí de lleno en el mundo de la apnea, devorando libros, viendo películas y, lo más importante, practicando. Cada fin de semana, ya fuera en el frío mar en invierno o en la piscina, me sumergía durante más tiempo y más y más profundo, desafiando mis límites y descubriendo nuevas sensaciones: me retaba a mí misma, buscando ir más allá.
Pero quería más. Quería hacer de la apnea mi vida. Así que, buscando un cambio radical, encontré una oportunidad en Grecia. Me mudé allí para trabajar en un centro de apnea y convertirme en instructora. Fue una experiencia transformadora, donde aprendí no solo sobre la técnica y la ciencia detrás de la apnea, sino también sobre mí misma.
Después de convertirme en instructora, una cosa quedó clara: no quería volver a mi vida anterior. La ciudad, con su ruido y ritmo frenético, ya no me atraía. La idea de regresar a trabajar en una oficina, encerrada entre cuatro paredes, me parecía una pesadilla. Y aunque adoro a mis amigos, la idea de pasar mi tiempo libre en bares charlando sobre trivialidades ya no me llenaba. Mi corazón y mi mente estaban completamente absorbidos por la apnea. Cada momento libre, cada pensamiento, cada sueño estaba relacionado con sumergirme en las profundidades del mar. La apnea se convirtió en mi obsesión, mi pasión, mi razón de ser.
Ahora, me encuentro en una búsqueda constante de lugares donde pueda vivir y respirar apnea. Lugares donde el mar y yo podamos ser uno, donde pueda sumergirme en sus profundidades y perderme en su inmensidad. La apnea no es solo un deporte o una actividad para mí, es mi vida, mi llamado, mi propósito. Y estoy decidida a seguir este camino, sin importar a dónde me lleve.
Hoy, al mirar atrás, veo que la apnea no fue una elección, sino mi destino. Y por eso, cada vez que me sumerjo, agradezco al mar por llamarme y a mi padre por mostrarme el camino.
La vida tiene formas curiosas de mostrarnos nuestro camino. A veces, es un susurro suave, otras veces, es un llamado que resuena en lo más profundo de nuestro ser. Para mí, ese llamado siempre ha venido de la mar. A través de este blog, quiero compartir contigo no solo técnicas y consejos sobre la apnea, sino también las emociones, las aventuras y las lecciones aprendidas en cada inmersión.
Quiero que sientas la magia del mar, que descubras la paz que se encuentra bajo su superficie y que, quizás, encuentres tu propio llamado. Así que, si sientes esa chispa, esa curiosidad, te invito a sumergirte conmigo en este mundo azul. Porque al final del día, no se trata solo de bucear, sino de conectar, de descubrir y de vivir plenamente. ¡Espero verte bajo el agua! 🌊💙